Opinión Opinión :: Otro año, el mismo ruído

Opinión :: Otro año, el mismo ruído

Eran las dos y media de la madrugada, y aunque era difícil no compartir la ilusión por los rumores que corrían por las redes, mi falta de sueño y escepticismo me hacían esperar lo peor. The Game Awards, la crème de la crème de los videojuegos reunida en una ceremonia para celebrar el trabajo y el esfuerzo de la industria estaba a punto de comenzar y yo tragaba saliva. Iba a ser duro.

Tropezando con la misma piedra

Repitiendo con los años anteriores, la fiesta del juego de Geoff Keighley sigue cometiendo los mismos errores, una y otra vez, que hacen que la celebración de una de las industrias culturales que más dinero genera en el mundo se convierta en un mercadillo más bien triste.

Son tantos los fallos a nivel de ejecución que uno se queda perplejo cuando las cosas salen bien. Porque hay capital (tanto humano como económico) para que las cosas salgan bien, pero raramente lo hacen. Para empezar, tenemos una incomprensible división entre la gala y una pregala donde se entregan premios como si estuviéramos esperando número en la carnicería. En ocasiones es la misma presentadora la que otorga tres premios seguidos, rápidamente, sin parar de hablar. En términos comunicativos es una elección desastrosa, y en términos de respeto al premiado y nominados ya es para echarse a llorar.

A veces es incluso mejor que nadie suba a ese extraño plató —considerablemente más pequeño que el principal— a recoger el premio, porque parece una película de los Monty Phyton. No hay ni un galardonado que sepa irse de plano correctamente. Tras un discurso de agradecimiento insulso que apenas aporta nada, siempre le sigue un momento de extraña incomodidad en la que la presentadora da la enhorabuena —por quinta vez— y empuja un poco a los premiados para que salgan de la visión de la cámara, que el show debe continuar.

Todo esto, repito, con una diferenciación de importancia entre galardones que ni siquiera tiene explicación. ¿Por qué el premio a Mejor Actuación o a Mejor Juego de Deportes debe despacharse rápidamente, mientras que el premio al Mejor Juego de Acción se lleva toda la atención en el escenario principal? ¿A qué lógica obedece este orden caótico, que da la impresión de seguir un ritmo improvisado?

La gala transcurre aderezada con algún que otro jugoso World Premiere, esos anuncios de nuevos títulos que se van intercalando para dar más importancia y valor a una gala de premios que ya parece una excusa. No quiero que se me malinterprete, pero no es el mejor momento ni lugar para colar anuncios. Es lo que pide el público, sí, pero se pierde la intención de celebrar lo creado durante el último año si ponemos el foco directamente en los títulos (o consolas) que saldrán Dios sabe cuándo.   En los Oscars —que tampoco son santo de mi devoción—; sí que existe ese detalle de no intercalar cada dos minutos un nuevo tráiler del blockbuster de turno. Como industria que tiene que hacerse valer y respetar, creo que no debemos avergonzarnos de mostrar una ceremonia de premios donde los premiados sean los protagonistas, donde se hable del videojuego como medio, donde se compartan ideas y donde los discursos duren, por lo menos, más de diez segundos.

Con prisas y a lo loco

El ritmo acelerado que rodea a la ceremonia tiene su razón de ser en que no se quiere a alargar demasiado, pero la gala sigue durando unas incomprensibles tres horas y media de matraca que no deja respirar. Con la mitad del tiempo ocupada con conciertos sin mucho sentido —¿Green Day con Beat Saber? ¿Por qué?—, y con los World Premiere apareciendo sin descanso, lo que no se entiende es que la fiesta del videojuego tenga publicidad que non tiene nada que ver con su mundo. Entre anuncios de Jumanji, Birds of Prey, SubWay, Samsung OLED y una campaña en contra de los vapeadores, uno ya no sabe si está viendo The Game Awards o la teletienda.

Pero, como decía anteriormente, a veces se hacen las cosas bien. La orquesta de la gala siempre se luce en el momento de conocer a el Juego del Año, y hasta se disfruta que por unos minutos se homenajee y se preste respeto a aquello que se supone que se quiere premiar. Es incluso más llamativo cuando Reggie-Fils Aimé se sube al escenario y goza de tiempo para hablar, para reflexionar y para mostrar una pequeña carta de amor a una industria que parece que rechaza su atención. ¿Por qué no dejar hablar a Miyazaki, a Hideo Kojima, a los trabajadores de Crash Team Racing, a lo de Destiny 2? La propia gala de los videojuegos desprecia a sus mentes más brillantes a favor de la pirotecnia y el ruido constante.

El ritmo trepidante de la gala ahoga a los presentadores de cada premio —menos a los Teleñecos—y a los galardonados. Y es una verdadera pena, porque la voz de estudios indie detrás de títulos como GRIS o Disco Elysium debería ser escuchada en la fiesta de la industria. Y cuando parece que tienen un tiempo para mostrar sus ideas, su aprendizaje y su ilusión por los videojuegos, la música de fondo sube al máximo y le siguen las luces, los World Premiere, los conciertos y el anuncio que nos recuerda que vapear es malo.

Esta falta de voz de los protagonistas es todavía más escandalosa cuando sacan a personas cuya vida ha sido cambiada por los videojuegos a modo de pildoritas informativas que acaba con un incómodo selfie en los asientos mientras vuelve a sonar un nuevo anuncio. De poco sirve el Fuck the Oscars! de Josef Fares si la industria sigue sin valorar a sus propios referentes y cae en la terrible tendencia de buscar validación en figuras externas que ven en los videojuegos un simple cartel publicitario.

El culmen de la estupidez es cuando se anuncia un juego de Fast & Furious justo antes de la entrega del premio a Mejor Juego del Año. No, no es broma. Vin Diesel sale de bambalinas y se lleva una ovación inexplicable y comenta que juega mucho a videojuegos, así que parece que ya está justificado su descarado product placement en el momento de celebrar la mejor obra de la industria de este año.

La gala acaba como empieza, deprisa, borrosa, sin dejar respirar, sin dejar explicar y sin dejar crecer. Sin dejar crecer una industria que se merece más atención y que no necesita las rentas de publicidad tan invasiva, sin sentido y grosera hacia los propios invitados. Queda muchísimo por hacer para tomarnos en serio a nosotros mismos y al mundo tecnológico que amamos. ¿Es necesario el bombardeo de novedades para que atendamos a las personas detrás de los títulos que disfrutamos? ¿No existen ya ferias dedicadas a mostrar los juegos que verán la luz en un futuro? ¿Deben ocupar este espacio también?

No quiero mostrarme demasiado pesimista, y, la verdad, tenemos suerte de contar con una gala como los Game Awards. Cada año pierde un poco de su supuesta identidad rebelde en pos de un contenido cada vez más capitalizado, pero la situación puede mejorarse. Todavía hay tiempo de hacer una gala de premios propiamente dicha, y no un evento de publicidad condensada en tres horas.

El año que viene intentaré no quedarme dormido, pero ya no prometo nada.